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Candela » Actualidad » Novena de Navidad día 1: oraciones, gozos y villancicos para este lunes 16 de diciembre 2024
Actualidad Natalia Jaramillo 16 diciembre, 2024
Este lunes 16 de diciembre inician las Novenas de Aguinaldos. Te compartimos las oraciones para el día primero.
La Novena de Aguinaldos es una de las tradiciones más arraigadas en diversos países de América Latina, especialmente en Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. Se celebra durante los nueve días previos a la Navidad, comenzando el 16 de diciembre, como una preparación espiritual para la llegada del Niño Jesús. Este ritual no solo tiene un profundo sentido religioso, sino que también está cargado de simbolismo cultural y familiar, siendo un tiempo para compartir con los seres queridos, orar juntos y reflexionar sobre el verdadero significado de la Navidad.
La Novena de Aguinaldos tiene sus raíces en el fervor religioso del pueblo latinoamericano, que en su deseo de prepararse para la Navidad, comenzó a rezar y a hacer penitencia en los días previos al 25 de diciembre. Esta práctica surgió en Colombia a finales del siglo XVIII, cuando el sacerdote español Fray Fernando de Jesús Larrea ideó la estructura de la novena, que consiste en oraciones, cantos y meditaciones sobre los misterios de la Virgen María y el nacimiento del Salvador.
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El término “Aguinaldos” hace referencia a los regalos que se dan durante esta época, pero en el contexto de la novena, se refiere a los “regalos espirituales” que se obtienen al orar juntos en comunidad. A lo largo de los días de la novena, las familias se reúnen para rezar, cantar villancicos y realizar actos de caridad, compartiendo la alegría de la Navidad.
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amasteis a los hombres, que les dísteis en vuestro hijo la prenda de vuestro amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo, en nombre de todos los mortales, os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
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En retorno de él os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado, suplicándoos por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos; allí era la causa, a la par que el modelo de toda la creación. En esas profundidades de una incalculable eternidad permanecía el Niño de Belén antes de que se dignara bajar a la Tierra y tomara visiblemente posesión de la gruta de Belén. Allí es donde debemos buscar sus principios que jamás han comenzando; de allí debemos datar la genealogía de lo eterno, que no tiene antepasados y contemplar la vida de complacencia infinita que allí llevaba.
La vida del Verbo eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa y sin embargo, ¡misterio sublime!, busca otra morada, una mansión creada. No era porque en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad, sino porque su misericordia infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría verificarse.
El pecado de Adán había ofendido a Dios y esa ofensa infinita no podía ser condonada sino por los méritos del mismo Dios. La raza de Adán había desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues necesario para salvarla y satisfacer su culpa, que Dios, sin dejar el cielo, tomase la forma del hombre sobre la Tierra y con la obediencia a los designios de su Padre expiase aquella desobediencia, ingratitud y rebeldía.
Era necesario, en las miras de su amor, que tomase la forma, las debilidades e ignorancias sistemáticas del hombre; que creciese para darle crecimiento espiritual; que sufriese, para enseñarle a morir a sus pasiones y a su orgullo. Y por eso el Verbo eterno, ardiendo en deseos de salvar al hombre, resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.
Soberana María que por vuestras grandes virtudes y especialmente por vuestra humildad, merecisteis que todo un Dios os escogiese por madre suya, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento espiritual de vuestro adorado hijo.
¡Oh dulcísima madre!, comunicadme algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardasteis vos, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan soberanos misterios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza.
Os ruego, por el amor que tuvisteis al Divino Niño, me abracéis en fervoroso deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la venerable Margarita del santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.
Llenos de confianza en vos, ¡oh Jesús!, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos infinitos de vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto.
Nos entregamos a vos, ¡oh Niño omnipotente!, seguros de que no que dará frustrada nuestra esperanza, y de que en virtud de vuestra divina promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.
Dulce Jesús mío, mi niño adorado ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
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Sobre el autor
Comunicadora social y periodista con ocho años de experiencia en desarrollo de estrategias de generación y distribución de contenidos digitales. Actualmente, editora web en Candela y Vibra
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